Un hombre introvertido, amigo de la acción y no de las palabras. De esas personalidades propensas a la conspiración, al trabajo persuasivo individual, "de hormiga" le gusta decir. Su personalidad callada, que un observador superficial podría tipificar como "apagada" probablemente tiene bases en la dureza de la vida que tuvo que soportar.
Siendo todavía un niño lo internaron en un monasterio donde pasó el resto de su niñez, su adolescencia y buena parte de su juventud. A cualquiera hace introvertido una vida así; pero para llover sobre mojado, se agregaron las dormidas en la celda, cerrada con llave exteriormente, la cama de tabla simple, el castigo del silicio a las doce de la noche para matar las tentaciones diabólicas de la carne y la única carta que recibió de su madre en más de 20 años de reclusión que se la dieron con un año de retraso, abierta.
Salió muy joven para ordenarse de sacerdote, dos años antes y le permitieron ir de vacaciones a la casa de sus padres. Nunca volvió al monasterio. Nunca quiso ni siquiera recordar las diatribas contra Catilina memorizadas en la lengua de Cicerón. Sin duda recordó el trauma original de su introversión en la casa de sus padres. Siendo niño, todavía no había sido recluido en el monasterio y vivía en el campo, en casa y solar de sus padres. Una noche se levantó de su hamaca para ir a orinar. Atravesar casi 50 metros para llegar al inodoro de fosa en la fría noche, despues de abrazar el calor de la cobija chapina que lo enroscaba, era un sacrificio que el niño no estaba dispuesto a realizar. Optó por orinar a la orilla de la casa, dirigiendo el arco iris de su chorro infantil hacia el horizonte. De repente en la oscuridad solamente iluminada por el farol de la luna vió una silueta negra ante sí, tuvo que cortar súbitamente su evacuación aunque luego, instintivamente siguió orinando, pero ahora del miedo que tenía. Vió hacia el suelo y pudo distinguir dos enormes zapatos negros y tembloroso del frío por fuera y por dentro alzó su cabeza para buscar el rostro del imponente ser que tenía ante sí. El hombre aparecido era altísimo, y al niño le pareció de una desocumunal corpulencia, y no tenía cabeza. En ese momento todo se turbó para el niño. Solamente recuerda que dió media vuelta y corrió a refugiarse en su colcha chapina. Y quedó mudo por un par de años, antes de que lo internaran en el monasterio, visitando con sus padres brujos, médicos y curas para que le quitaran el maleficio de su mudez causada por el hombre sin cabeza.
Siendo todavía un niño lo internaron en un monasterio donde pasó el resto de su niñez, su adolescencia y buena parte de su juventud. A cualquiera hace introvertido una vida así; pero para llover sobre mojado, se agregaron las dormidas en la celda, cerrada con llave exteriormente, la cama de tabla simple, el castigo del silicio a las doce de la noche para matar las tentaciones diabólicas de la carne y la única carta que recibió de su madre en más de 20 años de reclusión que se la dieron con un año de retraso, abierta.
Salió muy joven para ordenarse de sacerdote, dos años antes y le permitieron ir de vacaciones a la casa de sus padres. Nunca volvió al monasterio. Nunca quiso ni siquiera recordar las diatribas contra Catilina memorizadas en la lengua de Cicerón. Sin duda recordó el trauma original de su introversión en la casa de sus padres. Siendo niño, todavía no había sido recluido en el monasterio y vivía en el campo, en casa y solar de sus padres. Una noche se levantó de su hamaca para ir a orinar. Atravesar casi 50 metros para llegar al inodoro de fosa en la fría noche, despues de abrazar el calor de la cobija chapina que lo enroscaba, era un sacrificio que el niño no estaba dispuesto a realizar. Optó por orinar a la orilla de la casa, dirigiendo el arco iris de su chorro infantil hacia el horizonte. De repente en la oscuridad solamente iluminada por el farol de la luna vió una silueta negra ante sí, tuvo que cortar súbitamente su evacuación aunque luego, instintivamente siguió orinando, pero ahora del miedo que tenía. Vió hacia el suelo y pudo distinguir dos enormes zapatos negros y tembloroso del frío por fuera y por dentro alzó su cabeza para buscar el rostro del imponente ser que tenía ante sí. El hombre aparecido era altísimo, y al niño le pareció de una desocumunal corpulencia, y no tenía cabeza. En ese momento todo se turbó para el niño. Solamente recuerda que dió media vuelta y corrió a refugiarse en su colcha chapina. Y quedó mudo por un par de años, antes de que lo internaran en el monasterio, visitando con sus padres brujos, médicos y curas para que le quitaran el maleficio de su mudez causada por el hombre sin cabeza.
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