Recuerdo el día por muchas razones. La principal es que ese día se encendía para siempre una antorcha del amor a Jesús y al pueblo por obra de Monseñor Oscar Arnulfo Romero. Asistíamos a su entierro. Multitudinario. La plaza Gerardo Barrios, de una manzana de extensión y varias manzanas a la redonda se nutrían de personas que deseaban despedir a nuestro Santo, canonizado ya por el coraje popular.
En su última homilía le había recordado a los asesinos del pueblo el mandamiento bíblico..."no matarás". Por ello lo mataron. Un balazo en el corazón cuando daba misa, desparramó su sangre hacia el cielo y hacia la tierra. Todo asesino tiene una médula de imbecilidad y de pasado. Todo mártir tiene una médula de futuro. Creyendo liquidar su aliento soplaron el fuego de su mensaje. Y se incendió con el fuego de su amor toda América. Hoy se le conoce como San Romero de América.
Nunca imaginamos muchos de los presentes que después de tan atroz asesinato se reprimiría a una masa de población que asistía a su entierro. Monseñor Romero fue asesinado oficiando una misa. Por eso asistió una gran cantidad de personas que no participaban en demostraciones que usualmente eran reprimidas por la dictadura militar: ancianos y ancianas, niños y niñas. Margarita que me acompañaba, recientemente había traído al mundo el fruto de nuestro amor.
Ríos caudalosos de gente fluían por las calles aledañas a la Catedral Metropolitana. Nosotros éramos un par de gotas más. En medio del tumulto pude divisar un compañero que encabezaba una manifestación y con quien yo tenía que coordinar trabajo político universitario. Me separé un momento de Margarita, dejándola al cuidado de una pareja de "compas". Atravesé la plaza abriéndome paso, como un pez más entre el cardumen de personas y cuando estaba platicando con mi "contacto" enfrente del costado poniente del Palacio Nacional sentí dos fuertes detonaciones, como bombas. El mar de gente se bamboleó y a continuación cual río caudaloso desbordado el pueblo congregado corrió en dirección opuesta al origen de las detonaciones, en dirección poniente rumbo a la Alcaldía Municipal de San Salvador orientados por personas que en cada esquina indicaban la ruta de evacuación. Los remolinos atropellados de gente, la angustia y la precipitación hacían que muchas personas cayeran, precisamente las personas más débiles y que necesitaban más auxilio. Yo traté de ayudar a varias personas que caían pero el oleaje humano era tan fuerte que no me permitía detenerme, se me perdieron en la oscura distancia entre miríadas de pies, piernas y miradas angustiadas y resignadas. Y traté de llegar a donde había dejado a Margarita, luchando contra la corriente humana. Pude llegar a unos siete metros de la esquina opuesta del Edificio del Banco Hipotecario donde la había dejado...ya no estaba. Sentí un profundo vacío, sentí que me ahogaba. La corriente humana me arrastró y aunque caótica tenía puntos de referencia en cada bocacalle por medio de personas, preparadas en las tácticas de lucha de masas y de calles, que imponía la experiencia en la confrontación con la dictadura militar, que indicaban el rumbo para la evacuación de la multitud. Nuestra evacuación terminó en las inmediaciones de la Alcaldia Municipal de San Salvador. El coraje por la insólita represión de un pueblo indefenso, en un acto religioso, se mezcló con a ansiedad de saber de Margarita y no me abandonó en el trayecto desde el costado poniente del Palacio Nacional hasta el costado sur de la Alcaldía Municipal. Sentía una profunda sed en el corazón y en la mente. Concluí con más seguridad en la justicia de nuestra lucha e inicié mi proceso de preguntar por ella a mis conocidos. Una llamada telefónica de los "compas" con quienes había dejado a Margarita en la Esquina opuesta del Edificio del Banco Hipotecario bañó de felicidad mi mente y mi corazón; estaba en la casa de ellos y fui a traerla. Nunca vi tan lindos sus ojos color miel. Ese día recordé el poema de Rubén Darío..."Margarita...esta linda la mar y el viento lleva esencia sutil de azahar...". Pero pensaba al mismo tiempo que el mar popular se volvería bellamente tempestuoso y furioso, con vientos y huracanes rebeldes y como una gota yo estaría en ese mar, luchando. Monseñor Romero profetizó que si lo mataban reviviría en el pueblo salvadoreño y así fue. San Romero de América vive, todavía resuenan grabadas en el audio y la conciencia de la humanidad las palabras de su última homilía..."ante la orden de un mortal debe prevalecer la ley de Dios que dice no matarás".
En su última homilía le había recordado a los asesinos del pueblo el mandamiento bíblico..."no matarás". Por ello lo mataron. Un balazo en el corazón cuando daba misa, desparramó su sangre hacia el cielo y hacia la tierra. Todo asesino tiene una médula de imbecilidad y de pasado. Todo mártir tiene una médula de futuro. Creyendo liquidar su aliento soplaron el fuego de su mensaje. Y se incendió con el fuego de su amor toda América. Hoy se le conoce como San Romero de América.
Nunca imaginamos muchos de los presentes que después de tan atroz asesinato se reprimiría a una masa de población que asistía a su entierro. Monseñor Romero fue asesinado oficiando una misa. Por eso asistió una gran cantidad de personas que no participaban en demostraciones que usualmente eran reprimidas por la dictadura militar: ancianos y ancianas, niños y niñas. Margarita que me acompañaba, recientemente había traído al mundo el fruto de nuestro amor.
Ríos caudalosos de gente fluían por las calles aledañas a la Catedral Metropolitana. Nosotros éramos un par de gotas más. En medio del tumulto pude divisar un compañero que encabezaba una manifestación y con quien yo tenía que coordinar trabajo político universitario. Me separé un momento de Margarita, dejándola al cuidado de una pareja de "compas". Atravesé la plaza abriéndome paso, como un pez más entre el cardumen de personas y cuando estaba platicando con mi "contacto" enfrente del costado poniente del Palacio Nacional sentí dos fuertes detonaciones, como bombas. El mar de gente se bamboleó y a continuación cual río caudaloso desbordado el pueblo congregado corrió en dirección opuesta al origen de las detonaciones, en dirección poniente rumbo a la Alcaldía Municipal de San Salvador orientados por personas que en cada esquina indicaban la ruta de evacuación. Los remolinos atropellados de gente, la angustia y la precipitación hacían que muchas personas cayeran, precisamente las personas más débiles y que necesitaban más auxilio. Yo traté de ayudar a varias personas que caían pero el oleaje humano era tan fuerte que no me permitía detenerme, se me perdieron en la oscura distancia entre miríadas de pies, piernas y miradas angustiadas y resignadas. Y traté de llegar a donde había dejado a Margarita, luchando contra la corriente humana. Pude llegar a unos siete metros de la esquina opuesta del Edificio del Banco Hipotecario donde la había dejado...ya no estaba. Sentí un profundo vacío, sentí que me ahogaba. La corriente humana me arrastró y aunque caótica tenía puntos de referencia en cada bocacalle por medio de personas, preparadas en las tácticas de lucha de masas y de calles, que imponía la experiencia en la confrontación con la dictadura militar, que indicaban el rumbo para la evacuación de la multitud. Nuestra evacuación terminó en las inmediaciones de la Alcaldia Municipal de San Salvador. El coraje por la insólita represión de un pueblo indefenso, en un acto religioso, se mezcló con a ansiedad de saber de Margarita y no me abandonó en el trayecto desde el costado poniente del Palacio Nacional hasta el costado sur de la Alcaldía Municipal. Sentía una profunda sed en el corazón y en la mente. Concluí con más seguridad en la justicia de nuestra lucha e inicié mi proceso de preguntar por ella a mis conocidos. Una llamada telefónica de los "compas" con quienes había dejado a Margarita en la Esquina opuesta del Edificio del Banco Hipotecario bañó de felicidad mi mente y mi corazón; estaba en la casa de ellos y fui a traerla. Nunca vi tan lindos sus ojos color miel. Ese día recordé el poema de Rubén Darío..."Margarita...esta linda la mar y el viento lleva esencia sutil de azahar...". Pero pensaba al mismo tiempo que el mar popular se volvería bellamente tempestuoso y furioso, con vientos y huracanes rebeldes y como una gota yo estaría en ese mar, luchando. Monseñor Romero profetizó que si lo mataban reviviría en el pueblo salvadoreño y así fue. San Romero de América vive, todavía resuenan grabadas en el audio y la conciencia de la humanidad las palabras de su última homilía..."ante la orden de un mortal debe prevalecer la ley de Dios que dice no matarás".
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