6/12/07

San Romero: Un recuerdo de su entierro.


Recuerdo el día, como si lo estuviera viviendo de nuevo, por varias razones. 

La principal es que ese día se encendía para siempre una antorcha del amor a Jesús y al pueblo por obra de Monseñor Oscar Arnulfo Romero; una luz que da energías, ratifica y conforta a quienes intentamos luchar siempre, y esperamos que a lo largo de nuestras vidas, por la justicia social, horizonte de Monseñor Romero, ahora, San Romero de América.

Asistíamos a su entierro el domingo 30 de marzo de 1980. Multitudinario. Se estima que asistimos unas 100 mil e incluso, 250 mil personas y se ha llegado a decir, que ha sido la concentración de personas más concurrida en la historia de El Salvador. En la parte en donde yo estuve, esquina opuesta, sureste, al edificio del Banco Hipotecario, hoy BINAES, podría decir que estábamos unas 4 o 5 personas por metro cuadrado. La plaza Gerardo Barrios, de una manzana de extensión y varias calles aledañas a la redonda se nutrían de personas que deseaban despedir a nuestro Santo, canonizado ya por la esperanza y el coraje popular por la justicia social.

En su última homilía le había recordado a los asesinos del pueblo el mandamiento bíblico..."no matarás". Por ello lo mataron. Un balazo en el corazón cuando daba misa, desparramó su sangre hacia el cielo y hacia la tierra. Todo asesino tiene una médula de imbecilidad y de pasado. Todo mártir tiene una médula luminosa de entendimiento y de futuro. Creyendo liquidar su aliento esperanzador de justicia social soplaron el fuego de su mensaje. Y se incendió con el fuego de su amor hacia los desposeídos de  toda América. Hoy se le conoce como San Romero de América.

Nunca imaginamos muchos de los presentes que después de tan atroz asesinato se reprimiría a una masa de población que asistía a su entierro. Se conoce de disparos que provenían de edificios aledaños como el Palacio Nacional. Monseñor Romero fue asesinado oficiando una misa. A su entierro asistió una gran cantidad de feligreses, incluso personas que no participaban en demostraciones políticas que usualmente eran reprimidas por la dictadura militar; asistieron ancianos y ancianas, niños y niñas. Margarita, mi compañera, recientemente en enero, había traído al mundo el fruto de nuestro amor, nuestra hija.

Podría decirse que ríos caudalosos de gente fluían por las calles aledañas a la Catedral Metropolitana. Nosotros éramos un par de gotas más en ese mar de gente concentrada en la Plaza Gerardo Barrios. 

En medio del tumulto pude divisar un compañero que encabezaba una manifestación con el que yo tenía que coordinar trabajo político universitario. Me separé un momento de Margarita, mi compañera, dejándola al cuidado de una pareja de "compas" como le decíamos a los compañeros y compañeras de lucha. 

Atravesé la plaza abriéndome paso, me pareción que era una sardina más en un cardumen de sardinas; alcancé al compañero exactamente enfrente de la entrada del costado poniente del Palacio Nacional, que colinda con la parte oriente de la Plaza Gerardo Barrios. Cuando estaba platicando con mi "contacto"  escuché dos fuertes detonaciones, como bombas. 

El mar de gente se estremeció y podría decirse que se bamboleó y a continuación como una tormenta, corriendo iniciamos olas continuas presurosas, densas, pegadas no separadas, desbordadas. Quienes estabamos congregados corrimos, chocando nuestros cuerpos, en dirección opuesta al origen de las detonaciones, un flujo masivo de personas corrio buscando refugio en la Catedral, donde sería y fué apresurado el entierro de Monseñor Romero. Otro flujo masivo de personas corrimos conforme la concentrada cantidad de personas lo permitía hacia el costado poniente de la Plaza Gerardo Barrios. Los remolinos atropellados de gente, la angustia y la precipitación hacían que muchas personas cayeran, precisamente las personas más débiles, ancianos y ancianas, en lo que pude ver y que necesitaban más auxilio. 

Yo traté de ayudar a varias personas que caían pero el oleaje humano era tan fuerte que no me permitía detenerme, se me perdieron en la oscura distancia entre miríadas de pies, piernas y miradas angustiadas y resignadas. Y traté de llegar a donde había dejado a Margarita, luchando por abrirme paso en la densa corriente humana. Pude llegar a unos siete metros de la esquina opuesta del Edificio del Banco Hipotecario donde la había dejado a Margarita al cuidado del Compañero y la Compañera, que afortunadamente, tenían experiencia en las luchas de calle de aquella época. Margarita, mi compañera, ahora parece lógico, ya no estaba en el sitio que la dejé. Sentí un profundo vacío, sentí que me ahogaba.

La corriente humana me arrastró y aunque caótica tenía puntos de referencia en cada bocacalle por medio de "compas" preparados en las tácticas de lucha de masas y de calles, que imponía la experiencia en la confrontación con la dictadura militar, que indicaban el rumbo para la evacuación de la multitud. Nuestra evacuación terminó en las inmediaciones de la Alcaldia Municipal de San Salvador. 

El coraje por la insólita represión de un pueblo indefenso, en un acto religioso, en mi caso, se mezcló con a ansiedad de saber de Margarita y no me abandonó en el trayecto desde el costado poniente del Palacio Nacional hasta el costado sur de la Alcaldía Municipal. Sentía una profunda sed en el corazón y en la mente. Yo la induje a que fuera al entierro de Monseñor Romero y a que adoptara posiciones progresistas en favor de nuestro pueblo. No sé, con sentimientos y pensamientos contradictorios, sobre si debí o no haberla hecho partícipe de un momento riesgoso para su vida, pensé y sentí seguridad en la justicia de nuestra lucha e inicié mi proceso de preguntar por ella a mis conocidos.

Buscando a Margarita usé el teléfono de disco sin parar. Una llamada telefónica de los "compas" con quienes había dejado a Margarita en la Esquina opuesta del Edificio del Banco Hipotecario bañó de felicidad mi mente y mi corazón; estaba en una casa con ellos y fui a buscarla, a traerla. Nunca vi tan lindos sus ojos color miel. Ese día recordé el poema de Rubén Darío..."Margarita...esta linda la mar y el viento lleva esencia sutil de azahar...". 

Pero pensaba al mismo tiempo que la lucha popular se volvería tempestuosa y furiosa, con vientos y huracanes rebeldes y como una gota yo estaría en ese mar de gente, luchando. Monseñor Romero profetizó que si lo mataban reviviría en el pueblo salvadoreño y así fue. San Romero de América vive, todavía resuenan grabadas en el audio y la conciencia de la humanidad las palabras de su última homilía..."ante la orden de un mortal debe prevalecer la ley de Dios que dice no matarás" que dirigida hacia el ejército de la dictadura militar en El Salvador, significaba, dualidad de mando. Con un mando, proclive a la justicia social, a la dignidad humana.

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